Llego en avión a una ciudad inmensa en la que confluyen construcciones de todos los estilos artísticos y pido parada frente a un palacio más bien barroco en que se dan cita personajes de la "alta cultura", que discuten acerca de las últimas tendencias mientras beben desesperados para embriagarse y tolerar con mejor actitud lo que resta del encuentro. Reconozco a antiguos amigos y los saludo con efusividad, y luego veo a uno de los maestros más queridos y cuando me acerco a saludarlo, me pregunta cómo es que pude entrar si sólo podían pasar los "renombrados". Su pregunta me provoca desagrado y decido recorrer ese enorme edificio, así que comienzo por ese salón y sigo hacia arriba en cuanto descubro unas garigoleadas escalinatas. Conforme avanzo, hay menos gente y puedo contemplar con gozo y detenimiento cada espacio. Llego a una galería más arriba en la que hay muebles interesantísimos apilados y llenos de polvo, ahí hay un hombre regordete dando una explicación de lo que esa colección representa, y me emociono y pienso en que ese espacio me encanta, que quiero conocerlo todo. A la derecha, hay una escalera más angosta y la subo mientras acaricio los muros. Llego frente a una puerta entreabierta y apenas me asomo, puedo distinguir un grupo de cuerpos humanos tirados sobre una tarima, y algunos gimen de dolor. Siento miedo. Puedo observar entonces que el hombre gordo viene furioso hacia mi, así que de inmediato corro escaleras abajo mientras veo cómo todos esos personajes pomposos se transfiguran en personajes de películas de terror. Al final salgo del edificio lamentándome por no haber podido recorrerlo todo.
Doy vuelta a la manzana y me encuentro con Teté en una cafetería, ella presume una taza y me invita a sentar frente a un inmenso ventanal que permite ver la ciudad en su esplendor. Descanso y suspiro mientras me sacio con el aroma del café...
Más tarde me encuentro de nuevo en el avión y pido bajar una parada antes del edificio barroco. Lo que pasó después ya no logro recordarlo, pero tiempo más tarde estoy en la Universidad, en un consultorio médico en el que luego de examinarme, me dicen que probablemente estoy embarazada. Desde la ventana, veo que afuera me espera el padre de mi Sol, revisando su reloj de pulso; al parecer hace mucho tiempo atrás le di cita para ese momento. Pero las cosas han cambiado. Descubro que él nota que estoy adentro y sonríe, y continúa esperándome mientras le pregunto a la doctora si está segura de su diagnóstico y comienzo a inquietarme por la posible demora de M.
M. llega justo en el momento en que me despido de la doctora. Abro la puerta y miro que el hombre del reloj sigue esperando con una sonrisa, y debo caminar en el mismo sentido para encontrarme con M., así que camino contenta y nerviosa por la noticia, rebaso al hombre del reloj sin mirarlo, y esperando que comprenda que su tiempo ya pasó, y abrazo a M., contándole la nueva y esperando su reacción...
Entonces sonó la alarma y me perdí el final de la historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario