Hace un par de semanas la Catrina vino por el padre de una de mis compañeras de travesuras de la secundaria. Tuvo por nombre Mario y campesino de oficio vivió creo que muchos años pues las canas y arrugas así lo indicaban...
Por alguna extraña razón ese personaje de mi pubertad siempre estuvo presente durante los años que llevo vividos, aún cuando terminando la secundaria me alejé casi por completo de aquí durante unos catorce años.
Recuerdo que hace algunos meses me platicaba con toda jovialidad de cómo en su juventud se iba a los salones de baile y aprendía de pasos y ritmos y de cuánto le gustaba bailar. Y cómo olvidar esa enorme sonrisa mientras me decía que se proponía enseñarme a bailar, mientras bailaba en las fiestas.
La última vez que lo vi, tan sonriente como siempre, estaba montado en una bicicleta y recargado en un árbol hablando con su hermana Efigenia.
Días después corrió la noticia de que lo llevarían al hospital... Y esa misma noche me encontré en su casa, esperando a llevaran su cuerpo para despedirlo.
Duele ver el dolor ajeno, duele no saber qué decir, no tener las palabras para consolar, duele la certeza de que pocas veces damos todo lo que quisiéramos a los demás -como si fueran eternos y tuviéramos tiempo para dar amor a cuentagotas-, duele la muerte, la vida que se lleva y el llanto que deja...
En realidad esta fue mi primera vez en un funeral. Y aunque estuve presente en los funerales de mi abuelita, de mi padre, de otra gente cercana a la familia, nunca antes había experimentado de la mayor parte del ritual, ni había comprendido su significado. Y yo, que pocas veces externo mis emociones, lloré y lloré como si ese hombre fuese tan cercano. Lloré porque recordé esos años en que me definía, esos años en que mi padre fue mi verdugo, esos años en que decidí dejar la casa con tal de no sentirme tan agobiada. Lloré por mi papá, por mi abuela.... por la gente que amo aunque esté tan lejos y a la que he preferido mantener a la distancia ya sea por seguridad o por cobardía. Lloré porque comprendí cuán frágil es nuestra vida y lo rápidamente que nos acercamos a la muerte. Lloré por esa gente mía que conocí en su plenitud y que ahora está tan próxima a la vejez. Y lloré...
Y esa mujer que tan bien me conoce sólo atinó a preguntarme. ¿A quién enterraste?