Cada noche tomo la misma decisión; sobre todo cuando pasan de las nueve y el silencio domina. Luego una chispa me hace retractar, y sigue la misma rutina del jugar al no pasa nada.
Eventualmente convoco a los fantasmas y pretendo violentar leyes. El último invitado no apareció y sentí un inmenso alivio. Es el más chocarrero de todos y pudo ser más que nocivo.
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Durante un par de días tuvimos visitas, y luego de irse y de tantas historias increíbles, anoche me encontré con una casa extraña: el jardín con las plantas de maíz abatidas desde el este, con mi colección de rosas secas esparcidas frente a mi cama, con la ausencia de uno de mis aretes favoritos, con un par de fotos que permanecían en el mismo sitio, inalterables, pese a que todo lo que por la mañana les rodeaba ahora estaba en el suelo.
Entonces exigí como compensación un gran ramo de rosas ante semejante descuido, el que tajantemente fue negado. Sentí miedo. Uno de esos miedos que hiela todo el ser. Brinqué de la cama pensando que quizás con tanta historias contadas la noche anterior, seguro pudimos convocar alguna cosa rara (más rara yo pensando aquello), y busqué un par de tijeras que dejé abiertas debajo de nuestras camas. Finalmente el cansancio me hizo dormir, aún con el inmenso dolor de cabeza que me invadía.
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Ahora llueve y no puedo alejar esta sensación simultánea de estar feliz y estar triste. Quiero dormir y hay mucho por hacer. Quise escribir y terminé divagando en estas líneas. Será mejor ver una película y abstraerse. Y ya mañana será día de hacer.
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