
La última vez que tuve esta sensación fue hace unos 20 años.
En aquella ocasión tuvimos visitas y tocó dormir de a 4 por cama. El plan era madrugar para ir al Popocatepetl que estaba nevado. Aquella noche la pasé recreando la leyenda de los volcanes, imaginando la textura de la nieve, el cráter con la lava visible y cercana, el peso de las botas sobre la ceniza volcánica, los pinos, el increíble paisaje, que era mi preferido sobre cualquier otro, además del gran aliciente de unos riquísimos tlacoyos de frijol que vendían en el camino , y del colorido mercado y las nueces de Amecameca. Todo se fue en un ensueño maravilloso. Pensaba en el aire frío acariciando las pocas partes expuestas de mi cuerpo, en la suavidad de esa chamarra que sólo podía usar para ir allá, pues era exageradamente cálida; así que pasé horas dando vueltas en el poco espacio de cama que me había tocado.
Al fin el sol comenzó a iluminar nuestro cachito de mundo y mi papá madrugador con su característica premura nos levantó a todos y poco después estábamos apretujados en la camioneta, contentos y sumamente emocionados. El camino no fue tan largo pues la vista cada vez resultaba más atractiva.
Cuando llegamos al albergue al pie del volcán, estaba más que feliz. Me fascinaba ese gran salón y ver a la gente con equipo especial para subir a la cima que parecía cercana desde ahí.
Una vez que preparamos la fogata y desayunamos nos dispusimos a avanzar hacia arriba. Todos los niños no podíamos contenernos más y corrimos, corrimos por la vereda y nos sedujo una pendiente de ceniza ideal para dar marometas. Ahí fue donde mi falta de sueño se manifestó: mal de montaña...
Pffffff...
Peor cosa no podía pasarme. Me llevaron de regreso y el resto del día lo pasé en el albergue con mi abuelita mirando cómo ascendía el resto de la familia y más tarde oyendo las aventuras que pasaron todos ellos que sí pudieron dormir la noche anterior por no estar tan emocionados con yo.
Y esta noche tengo esa misma sensación. Mañana, repentinamente me cambio de casa, a otro cerro de los que forman la cuenca del Valle de México. Otra vista, otra perspectiva, nueva vida, todo cambia, todo se renueva ¡¡¡y no puedo dormir!!! (aunque intuyo que es más bien debido a las incontables tazas de café que bebí hoy). Sólo espero que nada parecido al mal de montaña me arruine los planes de este nuevo día...
Y es así como me voy a la cama ahora, esperando no dar demasiadas vueltas. Aunque debo reconocer que esta sensación me agrada.
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