lunes, 19 de enero de 2015

De los espejos y otros territorios

Los viajes son los viajeros. Lo que vemos
no es lo que vemos, sino lo que somos.
Fernando Pessoa

Tomar la decisión de salir de casa, de tus lugares de confort, de los alimentos que te identifican con tus raíces, dejar atrás los paisajes en los que has escrito tus recuerdos, empacar algunas cosas en la maleta, y viajar hacia un territorio desconocido que te atrae y asusta simultáneamente, porque sabes que ninguna guía de turismo puede mostrarte lo que conocerás, lo que dejarás de ti en ese espacio. Pones pausa a lo cotidiano con una lista de cosas por hacer y preguntas por responder: es hora de emprender la aventura.

Llegar a una ciudad que aunque habla tu mismo idioma, no se rige por las mismas reglas de convivencia, ni respira, ni alimenta, ni vive, ni viste igual, un lugar en el que te sabes extraño y extranjero, y que te obliga a posicionarte como explorador y captor de otras realidades para, así, suavizar el deseo de volver al cálido abrazo de tu hogar.

Luego de este primer golpe, día y noche recorres con insaciable curiosidad las calles, las hueles, las tocas, dialogas con sus habitantes en busca de coincidencias, te reúnes con otros que experimentan tus mismos desencuentros. Dibujas, moldeas, cocinas, lees, captas imágenes y sonidos, pruebas, recolectas, te adaptas y mimetizas, danzas al ritmo de la temperatura de la ciudad, que muy al final podrás sentir como propia. En tu camino te encuentras lugares y personas que podrán, quizás, marcar tu memoria de forma definitiva, pero eso depende de qué tanto permitas ese fluir de información y energías, porque los contrastes no siempre resultan reconfortantes.

De esta estancia renacerán dudas arraigadas acerca del origen de tu identidad, tendrás que cuestionarte quién eres y hacia dónde vas, qué es lo que quieres y qué es lo que buscas más allá de esta ausencia. Porque en este tiempo, además, vienes a transformarte y reconocerte. Vienes también a valorar tu propia herencia cultural y a situarla desde una dimensión hasta ahora desconocida. Porque ahora decir patria es historia, cultura, tradición, arte y lenguaje, es familia y amor, es rabia e impotencia, es romper estereotipos, es liberarte de discursos dominantes, es tomar postura frente a tu propio mestizaje, es redescubrir las tantas potencialidades que tenemos.


Valencia se convierte en un espejo delante del que te sitúas: te proyecta más y más preguntas, que resultan ser una invitación a continuar investigando porque no tendrán una sola respuesta válida, y quizás te pierdas en ese tránsito, y quizás tu imagen se desdibuje durante un tiempo. Luego, próximo a volver a tu México lindo y querido, descubres que algo tuyo has dejado aquí: has creado lazos con ciertas esquinas, con ciertos sabores, con personas que te han ayudado a mirarte de otra manera, has creado vínculos y resulta que ésta, ahora, también es tu tierra, de otra manera, pero lo es. Y sabes que aunque te irás, no lo haces del todo, y no dirás adiós porque tienes plena conciencia de que el viaje no terminará.

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