Los
viajes son los viajeros. Lo que vemos
no es lo
que vemos, sino lo que somos.
Fernando Pessoa
Tomar la decisión de salir de casa, de tus
lugares de confort, de los alimentos que te identifican con tus raíces, dejar
atrás los paisajes en los que has escrito tus recuerdos, empacar algunas cosas
en la maleta, y viajar hacia un territorio desconocido que te atrae y asusta
simultáneamente, porque sabes que ninguna guía de turismo puede mostrarte lo
que conocerás, lo que dejarás de ti en ese espacio. Pones pausa a lo cotidiano
con una lista de cosas por hacer y preguntas por responder: es hora de
emprender la aventura.
Llegar a una ciudad que aunque habla tu mismo
idioma, no se rige por las mismas reglas de convivencia, ni respira, ni
alimenta, ni vive, ni viste igual, un lugar en el que te sabes extraño y
extranjero, y que te obliga a posicionarte como explorador y captor de otras
realidades para, así, suavizar el deseo de volver al cálido abrazo de tu hogar.
Luego de este primer golpe, día y noche
recorres con insaciable curiosidad las calles, las hueles, las tocas, dialogas
con sus habitantes en busca de coincidencias, te reúnes con otros que
experimentan tus mismos desencuentros. Dibujas, moldeas, cocinas, lees, captas
imágenes y sonidos, pruebas, recolectas, te adaptas y mimetizas, danzas al
ritmo de la temperatura de la ciudad, que muy al final podrás sentir como
propia. En tu camino te encuentras lugares y personas que podrán, quizás,
marcar tu memoria de forma definitiva, pero eso depende de qué tanto permitas
ese fluir de información y energías, porque los contrastes no siempre resultan
reconfortantes.
De esta estancia renacerán dudas arraigadas
acerca del origen de tu identidad, tendrás que cuestionarte quién eres y hacia
dónde vas, qué es lo que quieres y qué es lo que buscas más allá de esta
ausencia. Porque en este tiempo, además, vienes a transformarte y reconocerte. Vienes
también a valorar tu propia herencia cultural y a situarla desde una dimensión
hasta ahora desconocida. Porque ahora decir patria es historia, cultura,
tradición, arte y lenguaje, es familia y amor, es rabia e impotencia, es romper
estereotipos, es liberarte de discursos dominantes, es tomar postura frente a
tu propio mestizaje, es redescubrir las tantas potencialidades que tenemos.
Valencia se convierte en un espejo delante del
que te sitúas: te proyecta más y más preguntas, que resultan ser una invitación
a continuar investigando porque no tendrán una sola respuesta válida, y quizás te
pierdas en ese tránsito, y quizás tu imagen se desdibuje durante un tiempo.
Luego, próximo a volver a tu México lindo
y querido, descubres que algo tuyo has dejado aquí: has creado lazos con
ciertas esquinas, con ciertos sabores, con personas que te han ayudado a
mirarte de otra manera, has creado vínculos y resulta que ésta, ahora, también
es tu tierra, de otra manera, pero lo es. Y sabes que aunque te irás, no lo
haces del todo, y no dirás adiós porque tienes plena conciencia de que el viaje
no terminará.