martes, 14 de octubre de 2014

Valencianas...

Hoy hubo una mañana linda: fresca y nublada, y camino al museo de Bellas Artes, pasé por los Jardines del Real buscando un lugar dónde sentarme a leer un poco mientras llegaba la hora de la cita. 

Así, caminando, mientras sentía un inmenso placer estético al contemplar los árboles con eses enormes flores rosadas, con aves en sus copas, y los patos acercándose a mi en busca de comida, sentí una especie de dicha y paz. Y pensé que ese es, sin duda alguna,  mi lugar favorito de Valencia.

Me senté en una banca y comencé a leer acerca del paisaje y miraba ocasionalmente al rededor, previniendo algún tipo de robo, pues el jardín prácticamente estaba vacío.

Al cabo de algunos párrafos pasó un hombre a unos 3 metros de distancia y continuó su camino. Noté que  vestía playera roja, pantalones de mezclilla y un bolso cruzado por el pecho. Yo seguí leyendo pero de pronto vi que más adelante, oculto detrás de un arco, el hombre seguía ahí. Temí por mi mochila y decidí seguirlo discretamente con la mirada y ubicar la salida más cercana. 

Pero la lectura volvió a atraparme: pensé que la estructura que tiene el texto funcionaría perfecto para mi proyecto, que era una forma muy valiosa de justificar mis talleres, al hacer referencias de todo tipo para explicar una idea. Y justo en esas reflexiones estaba cuando volví a percibir el color rojo cerca del arco. El tipo estaba parado mirando en mi dirección. Ahora sí detuve la lectura y lo vi: su mano moviéndose dentro del pantalón y su mirada fija en mi. Me pregunté montón de cosas acerca de la soledad y las manías que pueden hacer que ese hombre pretenda que alguien más quiera observar impasible cómo se masturba.

Guardé el libro, me levanté y con desagrado caminé hasta la salida del jardín. Pensé en lo relativas que son las cosas, porque ahora, cada que visite mi lugar favorito, recordaré ese grotesco incidente, y es muy probable que no vuelva a sentir la misma paz de antes.


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