Ayer hubo cambio del horario, y salí del trabajo aún con luz. Caminé rápidamente acompañada por alguien que más bien me hizo sentir incómoda, así que hice por abstraerme.
Conforme avanzaba el autobús recordé aquellos primeros viajes que me parecían eternos hacia la casa que entonces estaba en construcción. Recuerdo una sesión de fotos ante los cimientos y las calles con algunos árboles y jardineras, los mismos que anoche vi rodeados del gris de las obras del metro. Entonces recordé a mi papá: La infinidad de veces que dijo que era necesario que hubiera metro para llegar más pronto a cualquier lugar, y mi ensoñación ante sus palabras tan rotundas. Desee con toda la energía que aún me quedaba que hubiese una máquina para comunicarse con los muertos y entonces decir: "Clayito, al fin sucede, debes venir a mirar que ya falta poco para que podamos hacer nuestro primer viaje juntos en el metro a casa". La última vez que viajamos fue seguramente, cuando sentía que el mundo se me venía abajo, aquellos días en que el arrepentimiento y el dolor me hicieron sentir más rencor ante sus palabras que eran todo lo opuesto a balsámicas...
Y quedé con la promesa de llevarlo a Chiapas con mi salario...
Seguí recordando y lamentando que el tiempo sea insuficiente para disfrutar a quienes queremos, o que quizás sí lo sea, pero no sabemos administrarlo correctamente.
Y esto último me hace pensar en Ana una vez más. En el poco tiempo que la veo y en el ínfimo tiempo que puedo dedicarle, a ella que siempre se ha caracterizado por dar todo de sí a los demás, ella, la que mejor me conoce, y que siempre está...
Y ya lloré...
Miro a través de la ventana y las ramas de las jacarandas se mecen con el viento, luego el pasto, la gente que pasa, el andador, el cerco que limita el jardín y más allá los autos que corren a toda velocidad hacia no sé dónde. Aquí dentro, la gente lee, algunos más platican y ríen, atrás se escuchan las voces de algunos niños, el sonido adormecedor de las fotocopiadoras y el trapeador de la señora que limpia el piso.
Anoche llegué tarde y no me gusta la casa vacía. Extraño infinitamente al hijo cuando no está y también un poco a M cuando quiero creer que funcionará. Pero nada pasa. Y pasan por mi mente nombre ya casi sin rostro; las asociaciones son extrañas: un nombre es rugido; otro un pulgar ancho; otro un viaje en el metro con sinceridad extrema e inusitada; uno, olor desagradable y excelente comida; otro, carcajadas graves; y hay una discusión sobre extraterrestres que ya carece de nombre y rostro. Y todos ellos se van diluyendo mientras escribo y me pregunto cuánto daño pude hacer en cada uno, y cómo influyeron en quien soy ahora, y sobre todo, ¿Qué será de ellos? ?Qué de todo esto contaré a mi sol?
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