de espinas que por ti padezco.
Lávame con tus lágrimas la herida
que por ti, sangra a mi costado.
Consúmame el dolor hasta la muerte
y abandóname
en tus brazos, por piedad. Luego,
al enterrarme, hazlo en lo más profundo
de tu vientre; allí
donde resucitar sea un delito
castigado con la pena capital.
La liturgia del desorden.
La matemática del espejo
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