martes, 1 de junio de 2010

Pá pensarle...

¿Qué es el amor? Opino que sólo puede considerársele como el efecto que producen en nosotros las cualidades de un objeto hermoso; este efecto nos produce un estado de arrobamiento, nos excita. Si poseemos ese objeto, nos sentimos contentos; si es imposible poseerlo, nos desesperamos. Pero, ¿en qué se basa este sentimiento?... En el deseo. ¿Cuáles son las consecuencias de este sentimiento?... La locura. Entonces tengamos en cuenta el motivo y cuidémonos de sus efectos. El motivo es poseer el objeto. Pues bien, tratemos de conseguirlo, pero con sensatez; gocémoslo, una vez que lo poseamos. En caso contrario, consolémonos: otros mil objetos semejantes, y a menudo mejores, nos consolarán de la pérdida de aquél. Todos los hombres y todas las mujeres se parecen: no hay amor que se resista a una sana reflexión. ¡Oh, qué engañosa es esa embriaguez que, al absorbernos los sentidos, nos sumerge en un estado tal que no vemos nada más, que sólo vivimos para ese objeto al que adoramos con locura! ¿Acaso eso es vivir? O mejor dicho, ¿no es privarse voluntariamente de todas las dulzuras de la vida? ¿No es desear permanecer en una fiebre ardiente que nos consume y devora, sin dejarnos más felicidad que los goces metafísicos, tan parecidos a los efectos de la locura? Si tuviésemos que amar eternamente a ese objeto admirable, si fuese cierto que no deberíamos abandonarlo nunca, aunque no dejase de ser una extravagancia, al menos sería perdonable. Pero, ¿sucede así? ¿Conocemos muchos ejemplos de esas relaciones que nunca se hayan desmentido? Cuando, tras unos meses de goce, el objeto vuelve a ser colocado en su sitio, nos avergonzamos por el incienso quemado en sus altares y a menudo, incluso, llegamos a no poder concebir que haya podido seducirnos hasta ese extremo.

Marqués de Sade, Filosofía en el tocador.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario