
Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser otro hombre.
viernes, 18 de junio de 2010
domingo, 6 de junio de 2010
El último tango en París...
"Puedo llegar a comprender el universo, pero nunca descubriré la verdad sobre ti".
martes, 1 de junio de 2010
Pá pensarle...
¿Qué es el amor? Opino que sólo puede considerársele como el efecto que producen en nosotros las cualidades de un objeto hermoso; este efecto nos produce un estado de arrobamiento, nos excita. Si poseemos ese objeto, nos sentimos contentos; si es imposible poseerlo, nos desesperamos. Pero, ¿en qué se basa este sentimiento?... En el deseo. ¿Cuáles son las consecuencias de este sentimiento?... La locura. Entonces tengamos en cuenta el motivo y cuidémonos de sus efectos. El motivo es poseer el objeto. Pues bien, tratemos de conseguirlo, pero con sensatez; gocémoslo, una vez que lo poseamos. En caso contrario, consolémonos: otros mil objetos semejantes, y a menudo mejores, nos consolarán de la pérdida de aquél. Todos los hombres y todas las mujeres se parecen: no hay amor que se resista a una sana reflexión. ¡Oh, qué engañosa es esa embriaguez que, al absorbernos los sentidos, nos sumerge en un estado tal que no vemos nada más, que sólo vivimos para ese objeto al que adoramos con locura! ¿Acaso eso es vivir? O mejor dicho, ¿no es privarse voluntariamente de todas las dulzuras de la vida? ¿No es desear permanecer en una fiebre ardiente que nos consume y devora, sin dejarnos más felicidad que los goces metafísicos, tan parecidos a los efectos de la locura? Si tuviésemos que amar eternamente a ese objeto admirable, si fuese cierto que no deberíamos abandonarlo nunca, aunque no dejase de ser una extravagancia, al menos sería perdonable. Pero, ¿sucede así? ¿Conocemos muchos ejemplos de esas relaciones que nunca se hayan desmentido? Cuando, tras unos meses de goce, el objeto vuelve a ser colocado en su sitio, nos avergonzamos por el incienso quemado en sus altares y a menudo, incluso, llegamos a no poder concebir que haya podido seducirnos hasta ese extremo.
Marqués de Sade, Filosofía en el tocador.
Los miedos...
De la nada se me vino el recuerdo del día que aprendí a andar en bici. Tendría unos 4 años, tal vez 5, y mi papá tempranito se dispuso a salir a caminar con hija y bicicleta sin rueditas auxiliares. Recuerdo la larguísima Calzada de Tlalpan, algunas casas que me gustaron por tener muchas ventanas, y luego viene la imagen del pavimento del imponente Estadio Azteca.
Y como seguramente sucede en la mayoría de los casos, mi papá sostuvo la bicicleta desde el asiento mientras yo pedaleaba y procuraba mantener el equilibrio. La imagen del pavimento sigue presente. De pronto me pareció que iba más rápido de lo normal, miré hacia atrás y no estaba la mano del papá en el asiento; la mano, y el papá todo estaban muchos metros atrás con una enorme sonrisa en el rostro. La impresión fue tan fuerte que lo siguiente que vi fue el pavimento y su áspera textura tan próxima a mis ojos. El papá llegó, me levantó y me habló acerca de la confianza en uno mismo. La siguiente vez que subí a la bicicleta todo fue distinto. No volví a caerme ese día y disfruté enormemente del pedalear, del viento en mi piel y de la seguridad que las palabras paternas me habían dado. Esa tarde volví a casa triunfante.
Aún quedaba mucho por aprender, muchas manos de las qué aferrarme, pero de a poco esos miedos han sido vencidos por seguridades. Falta mucho, pero el camino ya está trazado, y es bueno recordarlo.
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