Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser otro hombre.
sábado, 26 de septiembre de 2009
martes, 22 de septiembre de 2009
¿Qué decir?
Y sigo negada a escribir aquí. Ya ni sé cuántos días se han sucedido desde que abro esta página, y me quedo mirando el espacio en blanco y con intención de que alguna manchita colorida lo llene. Pero nada pasa y pasan los días... Y sí pasan cosas en el mundo, conmigo, con mis emociones y pensamientos, con mis sueños y proyectos. Pero me he dado cuenta de que si no soy sincera, las palabras sencillamente no fluyen; se resisten a ser plasmadas, y yo termino evadiéndome en alguna actividad doméstica, lo que finalmente no es tan malo porque vaya que hacen falta ajustes en este lugar.
Estos días he soñado con altivos alces, con ratas gigantes y con gatos agonizantes, he sudado mucho, me he expuesto al sol, me he enfriado por las noches, he despertado a las tres de la mañana preguntándome si la película para cine es negativa o positiva, he visto paisajes impresionantes colmados de colores: mirasoles, lagunas, cultivos de maíz, amaranto y frijol, y también he sido un tanto más intolerante de lo normal, sigo anhelando el mar, aunque con tregua...
Qué seguirá los próximos días?
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Visita
No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado.
Cuando venga a buscarme,
díganle:
"se ha mudado".
Oliverio Girondo
Alejandra Pizarnik
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
lunes, 7 de septiembre de 2009
Para remodelar se necesita permiso
Estos días he estado sintonizada con el tiempo: nublado, lluvioso, frío y por ratos soleado; he dormido más de lo normal y a horas anormales; he soñado mucho y raro; he comido poco y sin hambre; y he querido escribir mucho y hasta ahora finalmente me animo a hacerlo sólo para hablar acerca de los vagos recuerdos que quedan del sueño que tuve este mediodía.
Eramos mi abuelita, mi papá y yo. Ibamos en la paloma camino a Tenango del Valle para visitar a la familia y dejar a mi abue para que pasara ahí algunos días. Del regreso sólo recuerdo la carretera con el campo todo verde de pastizales y el sonido abrumador del motor; nada más.
Ya estando en casa, recuerdo haber visto la noche desde el zaguán rojo y luego entrar directo a la sala para sentarme en el incómodo sillón de toda la vida y hablar por teléfono con algún personaje que parecía importarme mucho en el sueño. Enseguida entró mi papá enorme y con actitud imponente y me atreví al fin a decirle que tengo ganas de tirar parte de los muros de dos habitaciones que están clausuradas desde hace varios años. El papá primero se enojó mucho y dijo que no; se hizo un gran silencio mientras él se asomaba al dormitorio. Yo apelé con timidez a la falta de espacio, a que mi solecito necesita un lugar sólo suyo y también le comenté que como lo planeo, no afectaría mucho la estructura. Sorprendentemente él dijo -Está bien. Pero no quiero dejar este cuarto; extraño mucho a tu abuela-. Y fue justo en ese momento cuando recordé que ambos ya no están. Ella murió hace 12 años; él hace casi 5... Y desperté.
Y desperté con la sensación de que tengo la autorización para modificar cosas en casa y también de que debo pronto ir al Nevado de Toluca y a Tenango para hablar de lo que ha sido de nosotros estos años sin ellos. Es extraño sentir y escribir todo esto, pero es muy fuerte...
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De antaño,
De las terapias,
De lo que duele,
Las nostalgias
jueves, 3 de septiembre de 2009
Infancia y sociedad
Pobreza y desnutrición
La mayoría de las muertes de niños menores de cinco años en México, América Latina y países pobres de otros continentes se deben a enfermedades asociadas con la pobreza y la desnutrición.
De cada 100 niños que nazcan entre 2009 y 2019, 88 lo harán en países subdesarrollados; de ellos, 10 tendrán bajo peso al nacer, 6 morirán antes de cumplir un año y 3 antes de los 5 años. De los 79 sobrevivientes 28 serán desnutridos.
De éstos, seis no ingresarán al sistema escolarizado, y de los 73 que sí lo harán, sólo 44 podrán terminar la primaria, 23 concluirán la secundaria y uno de cada 10 alcanzará el nivel profesional.
Estos datos se basan en un modelo prospectivo del doctor Joaquín Cravioto Muñoz, quien fue uno de los más grandes científicos de México y del mundo en el estudio de la nutrición, el desarrollo mental, la conducta y el aprendizaje. Definía a la desnutrición comunal como “un desastre producido por el hombre…” Según Cravioto, ésta no sólo se explica por la pobreza, sino también por un sistema social que consciente o inconscientemente produce niños desnutridos generación tras generación, por medio de mecanismos que reducen desde los satisfactores básicos hasta la oportunidad de experiencias fundamentales en momentos cruciales de la vida.
Así, podemos definir a los niños desnutridos, no como enfermos, sino como víctimas políticas y condenados sociales. Ser desnutrido significa no sólo el riesgo de enfermar y de morir, también de sobrevivir con una disminución de capacidades y potencialidades.
A nivel social, las oportunidades de ser genio y de crear individuos muy inteligentes –decía Cravioto– se pierden por generaciones, mientras aumentan las probabilidades de ser mediocre. Esto involucra a todos los miembros de las sociedades donde hay desnutrición.
Por eso es impensable el desarrollo de una nación sin desarrollo humano y buena nutrición generalizados; sin embargo, no es necesario que país sea desarrollado para derrotar a la malnutrición. Lo que importa es la conciencia de la sociedad y la voluntad política. En cambio, generaciones de niños bien nutridos y estimulados pueden vencer al subdesarrollo. Será bueno recuperar el lema de Si la leche es poca, al niño le toca.
Aunque sabemos, señor Carstens, que en México la leche no es tan poca, pero sí insensata y abusivamente mal distribuida. En época de crisis, la infancia debería tener protección especial. Un país sin proyecto para su infancia es un país sin proyecto.
Andrea Bárcena
Publicado en La Jornada
22 de agosto, 2009
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