Ya casi sumamos un mes fuera de casa, y apenas ayer pude sentirme
bien aquí. Al fin logré encontrar algo de paz y sentido a este viaje en el que
me he encontrado con contrastes culturales inesperados. Me encanta la idea del impulso
del uso de las bicicletas y la separación de la basura. Pero no tolero el olor
a excrementos de perro por todas las calles. Ya puedo soportar el acento de las
personas, y hasta su carácter frío y cerrado (en muchos con los que me he
comunicado; afortunadamente hay excepciones), pero me aterra la idea de
endeudarme aún más. Solecito está muy contento con su escuela y amiguitos,
aunque no muy conforme con acompañarme a escuchar a gente grande hablando de
cosas que no le interesan.
Yo me siento un tanto sola por no tener con quién más hablar. Los
amigos y la familia están, pero pocas veces coincidimos en horarios y el
esperarlos para poder charlar me ha provocado un gran cansancio que justo desde anoche se ha hecho
denso, así que deberé ajustarme a este nuevo horario y descansar las horas
necesarias. No creo aguantar mucho más con este ritmo.
En cuanto a la investigación, me siento optimista. Por las cosas
que he visto y leído, creo que no estoy tan perdida y ya comienzo a imaginar un
camino para comenzar a escribir (este es un ejercicio de calentamiento). Estoy
emocionada y contenta…
Aunque me encantaría tener recursos suficientes poder viajar y
conocer muchos lugares: eso me haría sentir plena. Eso y algún tipo de cercanía
humana, además de Solecito, claro.
Y como siempre, es él quien me aterriza cuando comienzo a divagar
y me hace seguir adelante.