Ayer
buscando fotografías para poner en la ofrenda para mi sol, abrí ese baúl
empolvado que concentra cientos de imágenes que recrean el pasado de mi
familia. Rostros sonrientes, fiestas, cuerpos sanos, perfectos, lugares
lejanos, mis primeras tomas fotográficas, los objetos, las mascotas, los
colores, y entre todo ello, escritos de hace casi 20 años, en los que las amigas
de entonces hablan de pactos eternos, en los que me describo en esta misma casa
y ansiosa por estar en cualquier otro lado menos rígido. Los recuerdos se
agolparon compitiendo por ser acariciados en mi memoria que quedó sumamente
sensible y receptiva.
Hacia
la medianoche me dispuse felina a relamer rastros de aquello que escribí con puntos
suspensivos para disfrazar una huida defensiva, y descubrí que son heridas
compartidas y aún vivas, quizás no percibidas en lo cotidiano, pero no por ello
menores.
Sugerí
un encuentro para saldar esa deuda y probablemente no es el momento, aunque la suya
haya sido una respuesta espejo de mis últimas palabras de aquél tiempo. Quizás
falta madurar todavía más y vivir en otras circunstancias. Lo cierto es que
simplemente pretendí expresar una sincera apología.
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