sábado, 6 de junio de 2009

Aventura de viernes

Es probable que alguna vez le haya sucedido el llegar a fin de semana con apenas unos cuantos e insuficientes pesos en la bolsa, así que seguro conocerá ese estado en que se encuentran las personas ante tal situación. Y es justo con esta sensación que comienza la historia de este viernes.

T pasó toda la mañana pensando qué podría hacer para conseguir un poco de dinero que alcanzara hasta el día de pago en el trabajo y recordó que aún no cobraba la beca, así que se dispuso a hacer a un lado los compromisos y correr a la oficina donde le darían el cheque en cuestión; llegó en el último momento antes del cierre de ventanillas y pudo conseguirlo. Luego fue al banco y al fin obtuvo el dinero que serviría para pagar la cuenta del teléfono y comprar comida para los días siguientes. T se sintió aliviada. Sin embargo, un impulso la llevó de inmediato con rumbo a la oficina de teléfonos. El día estaba plenamente soleado y había mucho por caminar.

Cuando llegó escuchó el rumor de que se había caído el sistema y que habría que esperar -no se sabe cuánto tiempo- para poder hacer los pagos. Una mirada al reloj y el desconcierto ante lo pronto que se había hecho tarde. Luego la resignación. Lo único que quedaba era dejar ese pago para otro día y encaminarse hasta el punto donde habría de ver a L.

Pero ocurrió que T con sus eternas prisas, se dispuso a guardar los billetes mientras caminaba presurosa hacia la salida de aquél lugar. Y justo en el momento en que éstos debían fijarse debajo del seguro en la cartera, un fuerte viento se llevó consigo uno de aquellos billetes (y de 200 tenía que ser), y lo depositó justo entre las bardas divisorias entre la oficina de teléfonos y la universidad. Aquél papelito se dejó caer lentamente sobre montones de basura que seguramente llegaron a ese sitio gracias a ventarrones como el que acababa de pasar. 

El problema era mayúsculo: la separación entre las bardas era de cuando mucho unos diez centímetros y la profundidad donde se depositaron basuras y billete de aproximadamente tres metros.

T se burló de su suerte, consideró dejar ahí el billete e irse pero pensó en la gran falta que le hacía y enseguida miró alrededor con dos objetivos: 1. buscar algún alambre que pudiera llegar hasta el billete y 2. detectar a la gente que estaba cerca del lugar y que podría aprovecharse de la situación, si es que ella se distraía en su búsqueda. Lo primero que decidió fue no alejarse de ahí, así que determinó valerse de una enredadera que por ahí pasaba y de un coqueto pasador azul que rara vez usa en el cabello. Elaborado el instrumento de rescate apostó a su certero pulso y emprendió la exploración ante algunas miradas curiosas.

Con suma cautela condujo el pasador entre las bardas de piedra volcánica hasta que tocó el billete, e intentó valerse de los dobleces que éste tenía para asegurarlo, pero luego de varios intentos sólo consiguió moverlo hacia una postura menos conveniente para un rescate. T se incorporó un instante para armar una nueva estrategia, y fue en eso que pasó A, personaje desconocido de unos sesenta y tantos años que regresaba de hacer su pago en la oficina y sólo dijo "¿y qué se le perdió?" 

-Un billete, señor-, contestó T acongojada, y mirándolo avanzar indiferente hacia la salida.

T retomó su tarea y al poco tiempo pasaron B y C hacia la oficina. Como T y B son compañeras de trabajo, T tuvo una mínima esperanza de que sería socorrida, pero luego de contarles que el sistema se había caído en la oficina por lo que no pudo pagar, de la prisa que tenía y del ventarrón que llevó el billete hasta aquél inaccesible rincón, B se quedó parada enfrente un instante y luego prefirió desearle suerte a T y marcharse de regreso junto con C.

Aquel pedazo de enredadera se trozó por la mitad durante uno de los tantos intentos por sujetar el billete y hubo que buscar otro segmento de semejante longitud para continuar con su búsqueda. Justo en eso pasó E, quien luego de investigar lo que pasaba, fue hacia la oficina y le pidió al guardia que viniera en ayuda de T. Mientras eso sucedía, F, quien había estado presente desde el principio, sentado sobre una de las bardas a unos cinco metros, pero ajeno al suceso, decidió acercarse y ofrecer ayuda, y sin más arrebató el instrumento de rescate a T, quien se puso un tanto más aprensiva, por aquella costumbre suya de siempre tener el control de las cosas. F, en definitiva no tenía tan buen pulso como T, pero asumió con seriedad esa actitud caballeresca de defender a toda doncella en apuros. En seguida E y el oficial (O), volvieron. E se despidió deseando suerte y comentando lo ridículo que es perder de modo tan absurdo un billete de 200 pesos justo en este tiempo en que el dinero no alcanza para nada. Y se fue. 

O volvió trotando a la oficina para conseguir algunos clips que ayudaran a sujetar el billete mucho mejor de lo que podría hacerlo el pasador. Volvió con toda celeridad y una estructura de clips a modo de arpón además de un rollo de cinta canela para sujetar su invento a la enredadera. 

Fue hasta entonces que T se puso en papel de espectadora y se sentó sobre la barda mientras observaba a F y O pegar cinta canela en su lindo pasador y pasando sus dedos por toda la superficie de la cinta, asunto que la tenía más que escéptica, pero al fin divertida con el suceso.
La seriedad de F se hizo más evidente y siguió intentando aprehender el billete. Muchas veces consiguió tocarlo con la cinta, pero nunca se pegó a ella.

T sentada sobre la barda miró que desde la oficina salía D junto con M. D es una persona clave para los actuales intereses académicos de T, así que no podía dejar pasar la oportunidad de hablar con él, aunque fuera en esta cómica situación. Así que tan pronto los vio acercarse los saludó y enseguida se dio el siguiente diálogo:

-Se me cayó un billete, ¿puedes creerlo?- dijo T.

-¿Y de cuánto es?- preguntó M.

-De 200- respondió tristemente T.

-Uy, 200, son 200- enfatizó M.

-Un cuate, una vez en una peda fue al baño porque se estaba cagando. Entonces se le cayó una moneda de a peso en la taza- Dijo D, ante la mirada expectante de todos, y continuó: -Entonces sacó su cartera, tomó un billete de cincuenta pesos y lo echó también y sacó las dos cosas de la taza-.

-Guácala- Fue la respuesta general.

D, tan elocuente como es su costumbre, optó por cambiar de tema, y comentó a T que la ha buscado para regalarle un libro de Rodrigo Moya, fotógrafo que gusta mucho a T, así que T aprovechó y sugirió intercambiar números telefónicos para que pudieran ponerse de acuerdo y verse en los próximos días. Y luego de hacer tal intercambio, D y M se despidieron y también desearon suerte con la empresa. T estaba muy contenta y decidió sacar ya ese billete de aquél pozo.

F continuaba aferrado lanzando una y otra vez la enredadera con el pasador y la cinta canela sin pegamento. T llamó a O y le arrebató el rollo de cinta canela, tomó un trozo largo y lo pegó al pasador como dios manda, es decir, sin tocar la cara con pegamento, y le dijo a F -ahora sí saldrá-, Y en efecto, al tercer intento, el billete se pegó a la cinta, y con ayuda de T, F pudo sacarlo de aquél reducido espacio. Ambos con actitud triunfante se miraron: T agradecida, F, orgulloso, y luego de dar las gracias y despedirse, T fue en busca de O para devolverle la cinta canela y aprovechó para pagar en la oficina con ese billete juguetón su cuenta telefónica. Acto seguido guardó el cambio y después salió. 


2 comentarios:

  1. jajaja
    pues mas que algo comun en la vida de talita.. es algo como de algun programa comico ingles de los años 80's jejeje
    y mira que justamente en estos dias reia con algo muy parecido... en la tv..
    si, creo que es una de esas cosas que uno dice nee no pasaa

    pero bueno ya paso...

    el billete se rescato

    las cuentas se pagaron...
    las metas en ese momento se lograron...

    y porsupuesto..
    a talita no se le podia olvidar contarlo.. jejeje...

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